La bienaventuranza sobre los pacificadores, es una de las
más bellas expresiones que Dios ha dado a sus hijos a través de su Palabra. Es
preciso analizar brevemente estos términos que contienen una gran bendición
para cada practicante de esta verdad.
SIGNIFICADO
DE LOS TÉRMINOS
La palabra
“bienaventurado”, es definida con sinónimos como afortunado, dichoso, feliz. Se
aplica en este caso a “los pacificadores”. Este término pacificador es un
sustantivo griego: “eirēnopoiós” que procede de dos palabras: eirēné (paz), y
poiéō (hacer); dicho en otras palabras, “hacer
la paz”. Recordemos que la palabra paz en hebreo es shalôm, un término
utilizado por algunos hermanos en el saludo fraternal practicado al salir del
templo especialmente los días sábados.
La palabra
paz, no tiene que ver con la ausencia de guerra, más bien quiere decir todo lo
que ayuda al mayor bienestar del hombre. En Oriente, cuando una persona saluda
a otra con paz, no solo quiere decir que le desea la ausencia de problemas,
males y dificultades sino también regocijarse en la presencia de todos los bienes.
Los bienes generalmente se los relaciona con las
adquisiciones materiales y los honores mundanales, pero aquí no significa esto.
“El pueblo había llegado a pensar que la felicidad consistía en la posesión de
las cosas de este mundo, y que la fama y los honores de los hombres eran muy
codiciables. Era muy agradable ser llamado "Rabbí," ser alabado como
sabio y religioso, y hacer ostentación de sus virtudes delante del público. Esto era considerado
como el colmo de la felicidad. Pero en presencia de esta vasta muchedumbre,
Jesús declaró que las ganancias y los honores terrenales eran toda la
recompensa que tales personas recibirían jamás” (DTG, 270).
LA
VERDADERA PAZ POR MEDIO DE LA GRACIA DE CRISTO
Los habitantes del mundo en general buscan la paz a
través de la estabilidad económica, tratados internacionales diversos, unión de
las iglesias, y otros medios; excepto el único que ha provisto el cielo para la
entrega de este gran don. Para que cambie el mundo, deben cambiar los países.
Para que cambien los países, deben cambiar las familias que lo componen. Para
que cambien las familias, debe cambiar cada persona que la compone, y para que
cambie cada persona debe cambiar su corazón. “Los hombres no pueden fabricar la
paz. Los planes humanos, para la purificación y elevación de los individuos o
de la sociedad, no lograrán la paz, porque no alcanzan al corazón. El único poder que puede crear o perpetuar
la paz verdadera es la gracia de Cristo. Cuando ésta esté implantada en el
corazón, desalojará las malas pasiones que causan luchas y disensiones.
"En lugar de la zarza crecerá haya, y en lugar de la ortiga crecerá
arrayán;" y el desierto de la vida "se gozará, y florecerá como la
rosa”. “La paz de Cristo nace de la verdad. Está en armonía con Dios. El mundo
está en enemistad con la ley de Dios; los pecadores están en enemistad con su
Hacedor; y como resultado, están en enemistad unos con otros (DTG, 270).
Así es que la más urgente necesidad del pecador es aceptar
a Cristo, recibirlo como su Salvador, y Señor de su vida, para entrar a tener una relación de armonía
con Dios por medio de Jesús y así recibir la dulce paz del cielo en su alma. “Así,
habiendo sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de
nuestro Señor Jesucristo”. Es necesario, que en la vida interior se haya
obtenido la victoria del bien sobre el mal, y se haya realizado la conversión del
alma, entregando todo el corazón al Señor. Pero aquí no termina, sino recién
comienza la “vida de pacificador”. Es necesario que la gracia de Cristo
permanezca implantada en el corazón día tras día, año tras año, que el alma sea
convertida cada día al Señor a fin de crecer en la gracia, “a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo” (Efe. 4:13). Seguid la paz con todos, y la
santidad, sin la cual nadie verá al Señor (He. 12:14).
“Cristo es el “Príncipe de paz”, y su misión es devolver
al cielo y a la tierra la paz destruida por el pecado. Quien consienta en
renunciar al pecado y abra el corazón al amor de Cristo participará de esta paz
celestial. No hay otro fundamento para la paz.
La gracia de Cristo, aceptada en el corazón, vence la enemistad,
apacigua la lucha y llena el alma de amor.
El que está en armonía con Dios y con su prójimo no sabrá lo que es la
desdicha. No habrá envidia en su corazón
ni su imaginación albergará el mal; allí no podrá existir el odio. El corazón que está de acuerdo con Dios
participa de la paz del cielo y esparcirá a su alrededor una influencia
bendita. El espíritu de paz se asentará
como rocío sobre los corazones cansados y turbados por la lucha del mundo (DMJ,
27-28).
EFECTOS
Y NECESIDAD DEL CREYENTE
El resultado de vivir en Cristo, será frutos abundantes,
que se revelarán de manera especial con las personas con las que más nos
relacionamos. Los habitantes del hogar serán los mayores testigos de la conversión
y pacificación de quienes lo componen. Si los miembros de una familia no son
convertidos, y no mantienen día a día una vida espiritual saludable, no podrán
ser un buen ejemplo.
Necesitamos que cada miembro de iglesia sea victorioso
por medio de la gracia de Cristo en su vida espiritual. Esto, practicado por
todos los miembros de la familia cristiana, dará como resultado una familia
unida, sólida, que irradie una profunda influencia positiva doquiera que esté. Las
familias así convertidas, constituirán iglesias fuertes, que muestren por el
testimonio práctico a los que están errantes en las tinieblas, al redentor del
mundo, Cristo Jesús. Y así la iglesia pueda cumplir con el cometido sagrado de
ser la luz y la sal de la tierra. Y como añade el apóstol: “Así alumbre vuestra
luz ante los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro
Padre que está en el cielo” (Mt. 5:16).
UN
TESTIMONIO DESVIRTUADO DEL AUTÉNTICO CRISTIANISMO
En todas las sociedades e iglesias existen situaciones
similares. Nuestra iglesia no es la excepción a pesar de que debería serlo.
Existen miembros que se llaman cristianos, pero que su vida dista mucho de
serlo. Por palabra y ejemplo demuestran cuán lejos están de Cristo. Sus labios
son un foco tempestuoso. Irradian una influencia saturada de problemas,
amarguras, frustraciones y conflictos. En el lugar donde vivan, siempre estarán
involucrados en luchas incitando e irritando a los demás. Si hablan, parece que
no pueden estar tranquilos sino ofenden, atacan, hiriendo incluso hasta
aquellas personas que son considerados sus más íntimos amigos. A veces actúan
con soberbia y provocación. No pueden vivir en paz. Son irascibles y hasta resentidos. Tienen un
oído tan sensible pero unos labios tan insensibles. Una perfecta memoria de lo
que otros le han hecho, pero una casi nula memoria de lo que ellos han hecho a
otros. Hay personas que manifiestan un espíritu de descontento y queja por
muchas cosas que les suceden, no parecen demostrar que ven la luz del sol de
justicia brillar cada día en su vida, sino que viven en la lobreguez de este
mundo descontentos y haciendo muy difícil la vida de los que le rodean. Incluso,
diciendo y/o demostrando que el servicio al Señor es una pesada carga, dando la
impresión que si pudieran quitarse de encima el yugo de Cristo, lo harían. En
lugar de hacer la paz, una obra de Dios, hacen la obra del enemigo.
A los tales quiero decirles que hay esperanza en Jesús y
que sin vacilar es necesario vivir el auténtico cristianismo en el Señor.
Alejado de él, la vida es difícil, y además se da un sonido muy incierto a la
trompeta. “Debiéramos procurar
representar a Cristo en cada acto de la vida cristiana: procurar hacer que su
servicio parezca atractivo. Nadie haga que la religión sea repulsiva mediante lamentos,
suspiros y el relato de sus pruebas, sus desprendimientos y sacrificios. No
deis un mentís a vuestra profesión de fe por vuestra impaciencia, enojo y
descontento. Manifiéstense las gracias del Espíritu en forma de bondad,
mansedumbre, tolerancia, alegría y amor. Véase que el amor de Cristo es un
motivo perdurable; que vuestra religión no es una vestimenta que se puede sacar
o poner de acuerdo con las circunstancias, sino un principio tranquilo, firme,
inmutable. ¡Con dolor afirmo que el orgullo, la incredulidad y el egoísmo, como
un inmundo cáncer, están minando la piedad vital del corazón de más de un
profeso cristiano!” (AFC, 169).
Se necesita con urgencia al Señor Jesucristo en nuestra
vida. Es necesario nacer de nuevo. Es necesario entregar toda la vida a Cristo,
a fin de poder gozar de una vida cristiana fructífera, abundante y saludable
por la obra del Espíritu Santo. “Los seguidores de Cristo son enviados al mundo
con el mensaje de paz. Quienquiera que revele el amor de Cristo por
la influencia inconsciente y silenciosa de una vida santa; quienquiera que
incite a los demás, por palabra o por hechos, a renunciar al pecado y
entregarse a Dios, es un pacificador. “Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
El espíritu de paz es prueba de su relación con el cielo. El dulce sabor de Cristo los envuelve. La
fragancia de la vida y la belleza del carácter revelan al mundo que son hijos
de Dios. Sus semejantes reconocen que
han estado con Jesús. "Todo aquel
que ama, es nacido de Dios".
"Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él",
pero "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos
de Dios” (DMJ, 28).
BENDICIÓN
A LOS QUE HACEN LA PAZ
Las palabras de Jesús, expresan una bienaventuranza a los
pacificadores o apaciguadores, pero no para los que solo aman la paz. Existe
una gran diferencia entre amar la paz y ser un pacificador.
Hay que amar la paz de una manera correcta para poder ser
un pacificador. Por ejemplo, si existe una situación peligrosa, y la actitud de
defensa es no hacer nada para conservar la paz, en realidad no se está
pacificando sino más bien amontonando problemas para el futuro, porque se evita
enfrentar la situación y adoptar las medidas correspondientes. La paz de la que
habla la Palabra de Dios y que es llamada de bendición no es aquella que
consiste en eludir dichas dificultades, sino más bien de enfrentarlas. Tiene
que ver no con asumir una actitud pasiva frente a los conflictos, sino de
asumir una actitud activa frente a las situaciones y “hacer la paz”, a pesar de
que deba pasar por conflictos al andar en el camino de la paz.
Hubo un hombre del pueblo de Israel que fue bendecido y
protegido por los hombres de David mientras estuvieron en el Carmelo, una localidad
cercana al pueblo de Maón en Judá. Pero cuando estos hombres solicitaron ayuda
para su alimentación les fue negado por este hombre llamado Nabal, que
significa insensato. David podía haber tomado directamente lo que necesitaba
pero se comportó con honradez y respeto. Esta historia la encontramos en 1
Samuel 25. Nabal no reconoció la bondad
de David y le negó todo tipo de ayuda respondiendo con rechazo, negación y
humillación. La indignación llevó a David a dirigirse inmediatamente hacia
Nabal para darle muerte a él y a todos los varones de la casa.
Y aquí entra en acción una mujer “pacificadora”. Siendo
avisada por uno de sus siervos de esta situación y sin tomar consulta con su
marido, tomó doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas guisadas, cinco
medidas de grano tostado, cien racimos de uvas pasas, y doscientos panes de
higos secos, lo cargó todo en asnos y se apresuró a ir al encuentro de David.
Abigail se dirigió a David con tanta reverencia como si lo hiciese frente a un
rey. “Con palabras bondadosas procuró calmar los sentimientos irritados de él,
y le suplicó en favor de su marido. Sin
ninguna ostentación ni orgullo, pero llena de sabiduría y del amor de Dios,
Abigail reveló la fortaleza de su devoción a su casa; y explicó claramente a
David que la conducta hostil de su marido no había sido premeditada contra él
como una afrenta personal, sino que era simplemente el arrebato de una
naturaleza desgraciada y egoísta” (PP, 723).
Ahora ella pide por la vida de su marido y de su casa. Pide
perdón como si el pecado lo hubiese cometido ella y no su esposo. Le ofrece lo
que su marido le había negado. “Estas palabras sólo pudieron brotar de los
labios de una persona que participaba de la sabiduría de lo alto. La piedad de Abigail, como la fragancia de
una flor, se expresaba inconscientemente en su semblante, sus palabras y sus
acciones. El Espíritu del Hijo de Dios
moraba en su alma. Su palabra, sazonada
de gracia, y henchida de bondad y de paz, derramaba una influencia celestial.
Impulsos mejores se apoderaron de David, y tembló al pensar en lo que pudiera
haber resultado de su propósito temerario.
"Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados
hijos de Dios." (Mat 5: 9) ¡Ojalá que hubiera muchas personas como esta
mujer de Israel, que suavizaran los sentimientos irritados y sofocaran los
impulsos temerarios y evitaran grandes males por medio de palabras impregnadas
de una sabiduría serena y bien dirigidas!
Una vida cristiana consagrada derrama siempre luz,
consuelo y paz. Se caracteriza por la
pureza, el tino, la sencillez y el deseo de servir a los semejantes. Está dominada por ese amor desinteresado que
santifica la influencia. Está henchida
del Espíritu de Cristo, y doquiera vaya quien la posee deja una huella de luz.”
(PP, 724-725).
“Tratemos con gentileza a los seres humanos. Con los
corazones llenos de ternura espiritual, abramos con calidez su camino hacia los
corazones convencidos. Que nuestras palabras estén embebidas en el aceite
celestial que procede de las dos ramas del olivo. Necesitamos que el dorado
aceite se derrame en vasijas preparadas, para que pueda ser comunicado a los
que están buscando la verdad. Recordemos siempre que “no con ejército ni con
fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (2MCP, 455). “Por
amor a Cristo no digamos ni pensemos nada malo. Quiera Dios ayudarnos para que
no sólo leamos la Biblia, sino que practiquemos sus enseñanzas. El instrumento
humano que es fiel en su tarea, que une la gentileza a su poder, la justicia a
su amor, produce regocijo entre las inteligencias celestiales, y glorifica a
Dios. Luchemos fervorosamente para ser buenos y hacer el bien y recibiremos la
inmarcesible corona de la vida” (Ms 116, 1898).
Quiera el Señor ayudarnos, para que bajo la conducción
divina podamos ser hombres y mujeres que no solo amemos la paz, sino que
tomemos la disposición y la actitud de “hacer la paz”. Amén.
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