Si aún tienes a tu madre todavía,
dale gracias al Señor que te ama tanto;
que no todo mortal contar podría,
dicha tan grande ni placer tan santo.
Si aún tienes a tu madre todavía, con ella se tan bueno,
cuídala con todo tu amor, como cuidas una rosa;
pues ella es la que un día te llevo en su seno,
y aun en el sufrimiento se creyó dichosa.
Veló de noche y trabajó de día,
leves las horas en su afán pasaban;
un cantar de sus labios me dormía,
y al despertar sus labios me besaban.
Enfermo y triste me brindó consuelo,
curó mis heridas cuando estuve mal herido;
con su fe, milagros supo arrebatar al cielo,
cuando ya el mundo me creyó perdido.
Ella puso en mi boca la dulzura,
de la oración primera balbucida;
y acariciando mis manos con ternura,
me instruía en la ciencia de la vida.
Si acaso sigo por la senda aquella,
que me lleva seguro a mi feliz destino;
herencia santa de mi madre es ella,
pues ella me enseño, que Cristo es el camino.
(Teófilo León
Rosales)
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